La risa un poco ronca y una barba que siempre pincha. Esos son los atributos más destacables de la tía abuela Julia, la hermana menor de mi abuelo materno. Desde que él vive en nuestra casa, ella nos visita cada sábado. Justo a la hora de la siesta, se atrinchera en el sofá y da órdenes a mi madre con su voz de cazallera: “Marisa, un café con hielo. Y con un chorrito de güisqui”. Después, me obliga a sentarme a su lado y saca de la cartera las fotos de su juventud. Cada vez me parezco más a ella.