MISCELÁNEA

25 regalos creativos para escritores en potencia

Si tu casa está habitada por pequeños (y no tan pequeños) lectores voraces o escritores en potencia, en este artículo podrás elegir alguna de estas 25 ideas literarias para hacerlos felices estas navidades y aplacar su hambre de palabras (no solo de polvorones y mazapanes vive uno). 

 Eso sí, aunque las propuestas estén orientadas a niños y jóvenes, muchas de ellas también pueden ser un perfecto y asequible regalo para un adulto poseído por la palabritis aguda. Siéntete libre de obsequiarte con cualquiera de ellas. 😉  

 
2. Plantillas para la escritura de imaginativos cuentos. 
3. Un buzón familiar para enviaros cartas entre vosotros… ¡O tal vez para enviárselas a un personaje imaginario! ¿Te imaginas poder cartearos con Doraemon, por ejemplo? 🙂
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6. Un diario (cualquier momento es bueno para tener uno, ¡incluso si se trata de niños que están empezando a juntar las letras!).
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8. Un diccionario personalizado en el que cada letra está simbolizada por una palabra que tiene un significado especial para quien recibe el regalo.
10. Una recopilación de imágenes sobre un tema de su interés.
11. Una camiseta personalizada con su personaje o frase preferido.
12. Una lámina ilustrada para enmarcar con una definición con la que se identifique
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RELATOS

El culpable no era yo

Señalando enfadada al culpable, María empezó a pegar voces. Sito pensó que todo el edificio la estaría oyendo; tal vez, incluso, la ciudad entera. Hasta sentía el suelo vibrar, tal era la potencia de las cuerdas vocales de su madre. ¡Ja! Por lo menos, esa vez, el culpable no era él, sino un niño un poco demacrado que estaba aguantando aquel rapapolvo sin haber hecho nada. ¡Pobre infeliz!

En realidad, había sido Sito el que había amañado la escena para que pareciera que lo habían tirado del columpio. ¡Si hasta le había pedido a aquel enclenque que le empujara más fuerte! Lo importante era ver a aquella mujer, la que lo había parido, luchando a brazo partido por él, su hijo, y no ser siempre el blanco de la atronadora vibración de su voz, de la vertiginosa inclinación de sus cejas fruncidas, de la descomunal dilatación de sus pupilas…

De vuelta a casa, mientras su madre lo llevaba agarrado de la mano con paso firme, Sito no paró de cantar feliz: «El culpable no era yo, mamá, el culpable no era yo».

RELATOS

La reina de la fiesta

– ¿Te puedes creer que la fiesta no fue un éxito? Clara la había preparado con tantas ganas… Era la primera vez que celebraba su cumple con otros niños –Ana, su madre, se recolocó el teléfono entre la oreja y el hombro derecho para seguir hablando mientras daba la vuelta en la sartén a los filetes de la cena y encendía la campana extractora–. La primera vez, de hecho, que algún amigo suyo venía a visitarla.
– ¿Y qué pasó, hija? –preguntó Manuela, la abuela de Clara.
– Que invitó a toda su clase. Les dijo que iba a organizar un guateque, aunque creo que la mayoría ni se enteraron de lo que quería decir con eso, y que tenían que ir disfrazados de lo que quisieran…
– Bueno, y se disfrazaron, ¿no?
– Sí, sí, disfrazados estaban, pero ésa no es la cuestión. El problema es que la niña pensó que su fiesta les encantaría: preparó conmigo sándwiches, pinchos de tortilla, pizza y hasta una tarta de chocolate… ¡Yo sólo le ayudé a hornearla! Hasta se empeñó en hacer ponche sin alcohol, como en las pelis americanas…

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– Ay, tanta porquería. Qué empacho… –la interrumpió Manuela.
– Mamá, que te me vas por los cerros de Úbeda. Iba a decir que, además de todo el condumio, habíamos preparado el salón para que pudieran merendar y bailar a gusto. Mi hija se pasó horas seleccionando música –continuó Ana, sacando los filetes de la sartén y apilándolos en un plato.
– ¡Vamos, que preparasteis el pack completo!
– Efectivamente. Quería que bailaran, que les gustara la merendola, que se relacionaran entre sí… Y los chiquillos de diez años todavía no disfrutan de eso. Qué pena de mi Clara, disfrazada de bola plateada de discoteca… ¡Con lo guapa que estaba! –exclamó Ana, compungida.

– Jesús, pero, ¡¿qué pasó?! –respondió su madre–. ¿Rompieron algo, le hicieron algo a la niña?

– No. Fueron a lo suyo, simplemente. Algunos se pusieron a jugar con la consola, otros se quedaron quietos cerca de la comida, no fuera a ser que se la robaran, y un grupo de niñas, todas ellas disfrazadas de Campanilla, empezaron a hacer el pino puente, el spagat y otros ejercicios peligrosos para sus piños y para mis muebles. De hecho, en un giro casi le parten la nariz a Gonzalo, el nieto de tu vecina Ana Mari.

– ¿Y tú no pusiste un poco de orden, hija?

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– Yo habría organizado algún juego, pero no veas en qué plan está Clara últimamente. Que la celebración saliera mal la tenía asustada, pero que yo mediara la aterrorizaba. Así que nada, la dejé a su aire.
– ¿Y qué hizo?
– Al principio intentó que los rebeldes de la consola, los tragones y las gimnastas acrobáticas dejaran lo que estaban haciendo… Pero ya te digo que la cosa no pitaba –suspiró Ana, mientras llevaba la carne a la mesa del comedor y le indicaba por señas a su marido que había puesto un tenedor de más y un cuchillo de menos.
– Y entonces…
– Entonces, hizo algo que me sorprendió. Cogió el iPod, buscó la canción esa de “volaré, o-oh, cantaré, o-o-o-oh”, la puso a todo volumen y ahí que se puso a saltar y dar vueltas. Parecía, talmente, una bola discotequera.

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– Qué salada es mi nieta.
– Ya ves. Yo esperaba que al verla tan entusiasta el resto se le uniría, pero siguieron a lo suyo. Ella, de todos modos, continúo baila que te baila; es más, cuando los niños se tuvieron que ir a casa, me ayudó a recoger las sobras del banquete, retiró las mesas y me pidió permiso para seguir con su música otro rato más.
– Parece que al final se lo pasó bien y todo…
– Sí, eso parece porque esta tarde, al volver del cole, va y me dice toda seria: “Mami, no sé por qué tenía tanto miedo de que el cumple saliera mal. Hoy todos me han dicho que se lo pasaron bomba”. A mí lo que me tenía preocupada era qué tal se lo había pasado ella, así que le contesto: “¿Y tú, cariño? ¿Tú qué tal lo pasaste?” Y ella va y suelta: “¡Como nunca!” Así que ya ves, mamá: parace que, al final, ella solita se apaña.
– Pues claro que sí, ¡pero si ya es una moza! –remachó Manuela.
– Sí, tal vez tengas razón. Gracias, mamá –dijo Ana, con una sonrisa de alivio.
– De nada, hija. ¡A mandar!